“Compartir es vivir”… pues mira, no siempre. Y en el caso de los niños, menos todavía.

 

Estamos en verano, tiempo de calle, playa, piscina… vamos con nuestra bolsa de juguetes para jugar con la arena, con el patinete por la calle o el paseo marítimo, pelotas, risas, carreras…

 

Y por supuesto, todo ello acompañado de una de las expresiones que más rabia me dan: “hijo, dale el juguete, que hay que compartir”.

 

Vamos a visualizar la situación: bajas al parque con un cubo y una pala para que tu hijo juegue en el arenero. Te sientas con él a jugar, y de pronto, como un enjambre, 4 o 5 niños se os unen (no hay nada más atractivo para un niño que una pala, un cubo y un adulto jugando como otro niño más).

 

De pronto, uno de los niños coge la pala de tu hijo, el cual se queda parado sin saber qué hacer. Se ha quedado sin su juguete. Y piensa “¿qué hace este niño? ¿acaso quiere que le deje mi única pala, que he bajado al parque con tantas ganas para jugar con la arena y hacer un castillo con mi mamá? Ni en broma”. Así que agarra la pala con todas sus fuerzas y la recupera.

 

Y aquí pueden ocurrir dos cosas:

 

Opción 1: Le quitas la pala de nuevo a tu hijo, acompañado de un “hijo, hay que compartir”, o “¿se lo dejas un poquito, a que sí? Ahora te lo devuelve”. Y ante su mirada atónita, se la das al niño que le había quitado la pala.

 

Opción 2: Tú no intervienes, tu hijo mantiene la posesión de la pala, y aunque notas las miradas clavadas en tu espalda, lo dejas estar (a lo mejor tratas de justificar la decisión de tu hijo con un “es que ahora está jugando él, seguro que luego te la deja…” o “¿se lo dejas un poquito a que sí? Ahora te lo devuelve.”).

 

Vamos a analizar la opción 1.

 

Cuando obligamos a compartir

 

¿Dónde está la enseñanza de las bondades de compartir? Compartir debe ser algo que se elige, no que se impone. Al quitarle la pala y dársela al otro niño, no estás compartiendo, le has quitado por la fuerza algo suyo para dárselo a otro. No le estás enseñando a compartir, sino a ceder a la voluntad de los demás. Y no solo a la voluntad de sus padres, sino también a la de un extraño, ¡un desconocido!

 

Parece que existen dos leyes universales en cuanto a compartir: La de los niños, que todo es de todos, y la de los adultos, que las cosas de los demás se respetan y se establecen límites claros.

 

Si una persona que no conoces viene y te coge alguna pertenencia tuya sin preguntar en un parque lo consideramos robo.

 

Sin embargo, cuando se trata de niños ¿cómo suelen actuar los padres y las madres?

 

La mayoría de los adultos, cuando su hijo coge un juguete de otro niño, no van a ver ningún problema en ello, incluso puede que se dirijan al legítimo propietario para ser políticamente correctos y afirmar “se lo dejas un ratito ¿verdad?, ahora mismo te lo devuelve”.

 

Y también es probable que la madre o el padre del niño al que le han quitado su juguete, justifique la situación “claro que te lo deja”, o hablando con su hijo en términos como “venga cariño, que hay que compartir, déjaselo”.

 

Al final, se trata de cumplir normas sociales para evitar que te miren mal los demás padres del parque, o que piensen que tu hijo es un maleducado o un malcriado.

 

Y la realidad es que el niño que trajo su juguete y se ha quedado sin el se queda solo, con un conflicto emocional, formándose la creencia de que a mamá y a papá les preocupa más los otros niños que yo mismo, y que, si digo que no se lo dejo, seré malo o mala.

 

Otro aprendizaje es que sus propios padres se van a poner siempre del lado de otros niños (¿y por qué? Si yo había elegido la pala y el cubo para jugar en el parque… si ese otro niño no ha bajado nada…).

 

Otra opción habitual en estos escenarios es que se haga un intercambio: “veeeenga, déjale tu pala y él te deja su coche”. Mmmm, vamos a ver, que si yo he bajado una pala es porque quiero jugar con la pala. Si no, me hubiera bajado un coche.

 

Que no, que a compartir no se enseña quitándole las cosas. No se enseña obligando. Y por supuesto tampoco imponiendo.

 

Otro error que cometen muchos padres es recurrir a halagos para fomentar que su hijo comparta. ¡Que bien! ¡que bueno es mi niño! Con esto, tu peque aprenderá a compartir sólo a cambio de halagos, y nuevamente, aprende que sólo si comparte es un «niño bueno», llevándose esta creencia a situaciones futuras.

 

Para que nuestros hijos aprendan a compartir, hay varias claves:

 

 

 

  1. El ejemplo. Ya sabes que los niños aprenden por ensayo-error y por imitación. Tu ejemplo es el que mejor le puede enseñar a compartir.

 

  1. La paciencia. Queremos que nuestro hijo sea empático, pero no le damos el tiempo suficiente para aprender a serlo. La empatía se desarrolla en el córtex prefrontal (su cerebro racional) y hasta los 5 años mas o menos no estará preparado, no habrá generado las suficientes conexiones neuronales, para poder aprender y desarrollar la empatía. Por tanto, paciencia, no pretendamos que un peque de 2, 3 años sea empático porque no está preparado para ello.

 

  1. Experiencia. Una maravillosa forma de aprendizaje es experimentar las consecuencias naturales de nuestras decisiones. En el caso de compartir, es probable que tu hijo viva en algún momento la experiencia de que no compartan con él algún juguete. Déjale que lo viva, que interiorice el sentimiento que le genera. Más adelante será capaz de entender así lo que sienten los demás cuando él no comparta.

 

Un niño en un entorno saludable aprenderá a compartir movido por su propio deseo primario y mantenido por todos los beneficios naturales que surgen de realizar ese comportamiento.

 

Y para que veas que esto es así, te dejo el enlace a un estudio de la Universidad de Cornell que prueba el efecto que producía en niños y niñas ofrecerles la oportunidad de elegir compartir o forzarlo a hacerlo. El experimento demostró que los niños y niñas que tuvieron la capacidad de elegir, es decir, nadie les incitó a compartir, se percibían a si mismos y a sí mismas como personas a las que les gusta compartir y existía más probabilidad en el futuro para que fueran “más propensos a compartir y actuar de forma prosocial en el futuro”.

 

¿Y qué hacemos entonces si hay conflicto?

 

  • Permite que los niños resuelvan ellos solos sus diferencias.

Si vienen a por un juguete y te miran a ti, deriva la decisión a tu hijo. Puedes preguntarle sin más ¿le dejas tu juguete a este niño? O ¿quieres que juegue con nosotros?

 

  • Acepta la decisión de tu hijo.

Acepta su decisión sin juicios ni presiones. Recuerda que tú no tienes derecho a decidir sobre las pertenencias de tu hijo. Si no quiere compartir en ese momento, pues no quiere. Listo. Recuerda que quieres que tu hijo, cuando sea adolescente y adulto, sepa tomar decisiones, y ser responsable de las consecuencias de las mismas. Pues este es el momento de permitirle practicar, entrenarse en el bonito arte de decidir. Si resuelves tú el conflicto, le quitas la posibilidad de aprender del conflicto y de buscar soluciones al mismo.

 

  • Respeta el acuerdo al que hayan llegado.

No impongas ninguna visión adulta. Ellos gestionan y deciden. Y si de dicha decisión surge una rabieta o frustración, acompaña y empatiza, pero mantente firme en la decisión que haya tomado tu hijo. Esto lo hacemos nosotros desde que los niños eran pequeños, a pesar de las miradas de los demás padres. Si venía un niño a jugar con nosotros y Pablo no quería, de forma amable pero firme, le decíamos al otro niño que ahora no podía jugar con nosotros. O si Pablo no quería dejarle su juguete, igualmente validábamos esta decisión.

 

¿Y si en casa, todo es de todos?

 

 

En estos casos, nosotros en casa establecimos la norma de que todo es de todos, y la de respetar el tiempo del que está utilizando el juguete en primer lugar. No damos prisa o interrumpimos el juego del niño que estaba jugando, aunque otro niño lo quiera. Simplemente recordamos que el juguete es de todos y que cuando lo deje, otro podrá cogerlo, y podrá jugar el tiempo que desee. La clave está en que cualquier juguete que no se esté usando lo puede coger cualquiera. Si está en uso, toca esperar sin presionar.

 

Lo que si hacemos es propiciar que lleguen a acuerdos. No participamos en la negociación, pero fomentamos que hablen entre ellos para llegar a una solución en caso de conflicto.

 

No podemos obligar a nuestros hijos a compartir porque estaríamos equiparando el compartir con pasarlo mal. Eso es cruel y absolutamente contrario a lo que realmente queremos, que es que comparta porque le nace de dentro.

 

Al obligar, le enseñas que hay que aceptar la voluntad de los demás por encima de la suya, y a no contar contigo en caso de que le “roben” su juguete porque te pondrás del lado del otro niño. Y todo “por compartir».

 

Los niños son colaboradores por naturaleza, y seres sociales que disfrutan de la relación con los demás. Si les permites aprender de sus decisiones, entender los beneficios de compartir (disfrutarán de juguetes que no tienen, juegos con otros niños, más amigos, más disfrute), llegará el momento en que esté preparado. Pero si impones el compartir como una obligación, desaparecerá el deseo innato de compartir, y acabará haciéndolo sólo para no defraudar a los demás.

 

¿Qué opinas sobre compartir? ¿Nos quieres contar alguna situación de conflicto sobre este tema? ¡Nos encantará leerte!

Con cariño,

Laura

 

 

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