Quien me conoce sabe que ser madre me cambió, me transformó e incluso me hizo descubrir mi propósito de vida. Soy yo, pero distinta. No se explicarlo. Al convertirnos en madres, seguimos siendo nosotras, seguimos teniendo nuestro trabajo, nuestros amigos, nuestra pareja… pero algo dentro de nosotras cambia. Ahora somos MAMÁS. Así en mayúsculas.

 

Convertirnos en madres genera un torrente de emociones nuevas, algunas alucinantes, otras profundas, otras excitantes…

 

Y de todas ellas hay una que sobresale, que grita bien fuerte «YA ESTOY AQUIIIIII», que se empeña en quedarse, se aferra a nosotras con uñas y dientes…

 

Sí! LA CULPA. Esa gran enemiga de las madres.

 

En general, las mujeres tenemos una gran tendencia a sentirnos culpables. Parece que está en nuestra naturaleza (no quiero generalizar eh?), nos sentimos culpables por no tener la talla adecuada, por comer más de la cuenta, por no hacer ejercicio, por no llamar lo suficiente a nuestras amigas…

 

… y el problema es que nos acabamos acostumbrando a ese sentimiento.

 

Y más todavía cuando somos madres. 

 

¿Quién no se ha sentido culpable por gritar a su hijo, por trabajar demasiado, por no trabajar, por llevar a los niños a la escuela infantil, por no haberte reducido la jornada…?

 

 

Educar es la tarea más exigente que vamos a tener en nuestra vida y lo hacemos con lo puesto: con lo que nos inculcaron en casa, con lo que nos enseñaron nuestros padres. Esos son los patrones que hemos aprendido y los que replicamos con nuestros hijos.

 

La mayoría de nosotros somos padres y madres emocionalmente poco preparados. Y ahí vamos, de cabeza a educar a un ser cuya vida valoras más que la tuya, pero que también (y no sabes por qué) es capaz de sacar lo peor de ti, lo que hace que nos cuestionemos cada día tooooodo lo que hacemos, decimos y sentimos.

 

Yo os sugiero eliminar la palabra CULPA de nuestro vocabulario. Mandarla al exilio para siempre. El lenguaje crea realidad. Nuestros pensamientos generan emociones. Cambia tu pensamiento, cambia tu lenguaje, y cambiarás tu realidad. Así que empecemos por ahí: Hablemos de responsabilidad.

 

Desde la culpa no se soluciona nada. Nada que veamos desde la óptica de la culpa va a cambiar.

 

Cuando yo hablo de responsabilidad te estoy abriendo dos caminos, el que te aleja de la culpa (que te paraliza y te impide el cambio) y el que te lleva hacia el control de tu propia vida. 

 

Además, cuando asumes responsabilidad, aceptas el error y decides conscientemente aprender de él. 

 

La Wikipedia define así la responsabilidad:

La responsabilidad es un valor que está en la conciencia de la persona, que le permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de lo moral.

 

La responsabilidad te hace tomar consciencia de la realidad, y te permite ser tú quien decide y actúa, mientras que la culpa te coloca en una realidad pasiva en la que tu sufres pero no puedes hacer nada, salvo sentir malestar, frustración y falta de control.

 

¿Qué nos suele generar el sentimiento de culpa?

 

Cuando nos convertimos en madres, tomamos el firme propósito de educar a nuestros hijos y atender sus necesidades. Queremos ser madres perfectas. Pero ¡vaya! resulta que la perfección no existe (y menos mal, porque ser imperfectas es lo que nos hace humanas). De pronto nos damos cuenta de que no sabemos identificar las necesidades reales de nuestros hijos. Nos tomamos su comportamiento como algo personal, como un desafío directo hacia nosotras («como puede hacerme esto a mi», «es que me reta» ¿te suena?).

 

 

Además nos sentimos culpables por tener que trabajar y no poder pasar tiempo con nuestros hijo, nos afecta lo que opinan los demás, permitimos que el entorno o la sociedad nos haga sentir culpables.

 

Poder acompañar a nuestros hijos día y noche, satisfacer sus necesidades de lactancia, colecho, juego, mirada, atención, presencia… compaginándolo con un trabajo fuera de casa, con tener que dejarles en la escuela infantil desde temprana edad… todo eso requiere de un grado  de madurez emocional que muy pocas tenemos.

 

Ya os lo he dicho en numerosas ocasiones: Dar lo que no se tuvo cuesta y a la vez duele. Ser conscientes de ello es el primer paso.

 

Los niños no quieren madres perfectas, quieren (y necesitan) madres felices, alegres, sonrientes, amorosas… Pero eso no significa que siempre estemos felices, alegres, sonrientes o amorosas. Porque eso es irreal e imposible. Los niños quieren madres reales, que a veces lloran, a veces se enfadan, a veces sufren… y está bien. Porque eso es la VIDA y queremos preparar a nuestros hijos para la VIDA.

 

Mostrarse vulnerable es un gran ejemplo para nuestros hijos. Además de ver a su madre como una persona real con sentimientos, ellos aprenderán también a reconocer los suyos propios, a entender que estar triste no es malo, que llorar desahoga, que enfadarse es natural. Siempre que lo hagamos desde el respeto.

 

¿Y cómo combatimos la culpa?

 

  1. El primer paso es transformar la CULPA por RESPONSABILIDAD. Asumir nuestra responsabilidad y decidir aprender del error para poder cambiarlo. Para eso, hay que aprender e interiorizar que los errores son grandes oportunidades de aprendizaje. Nuestros errores y los de los niños. Con el firme propósito de no repetirlo (no vale eso de «es que somos humanos». Vale, si, lo somos, pero si gritas, asume tu responsabilidad y proponte no volver a hacerlo).
  2. Aplicar esta frase que a Luis y a mi nos encanta: «Trata de ser hoy un poco menos torpe que ayer»
  3. Deja de regodearte en pensamientos dañinos. Transforma el pensamiento negativo en uno positivo (puedes aquí practicar el agradecimiento, y verás cómo cada vez es más fácil transformar tus pensamientos, decidir qué quieres pensar).
  4. Conecta contigo misma. Para, mírate, siéntete. Busca dentro de ti las respuestas, los recursos. (Y si aún así no los encuentras, te ayudamos). Medita, practica mindfulness…
  5. Te voy a regalar una cita que a mi me rechifla: «El ayer es historia, el mañana es un misterio y el hoy es un regalo, por eso se llama presente‘. Esta frase es del maestro Oogway (la tortuga de Kung Fu Panda). La culpa te lleva al pasado, te mantiene atada a él. Y te hace enfrentar el futuro con miedo. Así que focalizate en el presente. El AHORA.

 

Bueno amiga, espero haberte ayudado, y que la culpa que ahora sientes, deje paso a la responsabilidad personal.

 

¿Nos cuentas qué te hace sentir culpable? Déjanos un comentario y los próximos artículos irán sobre lo que nos cuentes.

 

Un abrazo inmenso.

Laura

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