Desde el momento en que el test de embarazo da positivo, nos embarga una mezcla de nerviosismo, amor, respeto e incredulidad… ¿de verdad estoy embarazada? ¿de verdad voy a tener un hijo?… ¡Pero si no se nada sobre criar a un hijo!
Nuestro mundo da un giro de 180 grados. Empieza una vorágine de cambios hormonales y corporales. Pasamos de ser una misma, a ser la embarazada, la futura mamá, la del “estado de buena esperanza”. Iniciamos una gira de ginecólogos, pruebas, ecografías y cursos de preparación al parto. Leemos todo lo que cae en nuestras manos sobre embarazo y parto. Hacemos lo que nos dice el médico, lo que nos dice la matrona, ¡incluso lo que nos dice la vecina! Todo para lograr un embarazo perfecto y un nacimiento sano y a término.
Llega el día. Cada parto es un mundo, así que no voy a explayarme en ello. Nace nuestro hijo, nuestro bebé. Lo cogemos en brazos. Nos lo ponemos al pecho. Lo olemos, lo miramos. Es tan pequeño, tan indefenso… un sentimiento de amor surge en nosotras. Es algo innato, algo visceral, algo irracional. Es amor a primera vista, es AMOR en mayúsculas.
Nos vamos a casa con nuestro pequeño ser, con nuestro bebé. Y como si al abrir la puerta de casa, hubiéramos abierto la caja de pandora, todos nuestros miedos e inseguridades aparecen de golpe. Es cuando nos damos realmente cuenta de la inmensa responsabilidad que hemos asumido al convertirnos en padres.
Comienza una búsqueda incesante de información, de libros sobre crianza, de blogs. Lo que sea que nos ayude en esta nueva faceta de nuestra vida, que es la de ser madres. Leemos tanto, que al final nos encontramos física y mentalmente agotadas, y todavía con los mismos miedos e inseguridades.
Nos damos cuenta que no existe una manera de criar. ¡Hay muchas! Y todas con sus defensores y detractores.
La evolución de la crianza
El día que nació nuestro primer hijo, algo en nosotros surgió. Descubrimos el amor incondicional por un ser apenas conocido, pero que ya era parte inseparable de nosotros.
Como todos los padres primerizos, recibimos miles (o millones) de consejos sobre cómo criarlo. Sin embargo, algo no cuadraba entre el mensaje que recibíamos, basado en la crianza tradicional, y lo que yo sentía como natural.
Busqué información sobre alternativas a la crianza tradicional, esa del “no lo cojas en brazos que se acostumbra”, “déjalo llorar, que así se le ensanchan los pulmones”, “no dejes que duerma en tu cama, que luego no va a querer salir”, “tiene que comer cada tres horas”, “te está usando de chupete ¿no ves que te está manipulando?” …
Quería encontrar por escrito aquello que yo sentía “correcto” en relación con la crianza de mi hijo. Como todos, yo sentía miedo por no saber si lo que hacía (cogerle mucho en brazos, teta a demanda, colecho…) estaba bien, o si, como amenazaban las “expertas” de mi círculo, iba a convertir a mi hijo en un pequeño déspota, ególatra, que jamás iba a salir de mi cama, que nunca iba a soltar la teta, que me usaba de chupete, y por supuesto, que ya me tenía cogida la medida.
Encontré muchas teorías y muchas prácticas, algunas más radicales que otras.
Encontré diversas corrientes, unas conductistas (del estilo de la archiconocida y televisiva Super Nanny) y otras basadas en el apego y el respeto. Obviamente, mi forma de pensar y entender la crianza me llevó a profundizar estas últimas, en concreto tres bastante popularizadas: crianza con apego, crianza natural y crianza respetuosa.
Me costó identificar la diferencia entre las tres, ya que existe una tendencia a utilizarlas como términos equivalentes o idénticos, y aunque no es así, la base de las tres es la misma: respetar al niño y sus procesos evolutivos, y el amor incondicional.
La crianza natural o con apego surge como respuesta a la crianza protocolizada que se extendió en el siglo XX, en la que se establecían formas “correctas” de criar a los niños, y en la que hacer lo contrario era muy criticado. Se empezó a enseñar a las mujeres a ser madres.
Los niños debían:
- Comer una cantidad determinada cada tres horas (ni una más, ni una menos)
- Dormir unas horas determinadas al día con un patrón fijo, en habitación separada de la de sus padres.
- No ofrecer brazos más allá de las indispensables, para hacerlos “independientes”.
- Corrección con medios punitivos físicos y emocionales.
En palabras de Jesús Garrido (más conocido como “Mi pediatra online”, al cual, si no conocéis, os recomiendo que os paséis por su web, es un maravilloso profesional que practica la pediatría respetuosa), no es más que hacer de la crianza una simplificación matemática, en la que más que a un bebé, pareciera que estamos criando robots o muñecos. Una simplificación en la que se ignoran las necesidades de los niños y sus ritmos evolutivos, tratándolos a todos por igual.
Frente a esta forma de crianza, surgen otras formas de crianza que buscan recuperar algo que se estaba perdiendo:
- Comprensión de que los niños son seres humanos completos y complejos, y no se puede reducir su desarrollo a un concepto tan simple. La crianza natural persigue entender que, como seres humanos complejos, es necesario conocer y entender cuáles son los mecanismos adaptativos de los niños, conocer sus fases de desarrollo, como funciona su cerebro, y entender por qué actúan como lo hacen y cómo ayudarles en su adaptación en lugar de hacerla más complicada de lo que ya es.
- Que, al reducir la crianza a unas “pautas correctas”, se estaba perdiendo el vínculo afectivo que debe existir entre padres e hijos. Un apego que según la crianza protocolizada convertía al niño en un ser dependiente, egoísta y manipulador, pero lejos de ser correcta esta afirmación, forma unos cimientos sólidos para su personalidad y su desarrollo emocional que son imprescindibles. Esto es lo que busca recuperar la crianza con apego.
- Que no hay dos niños iguales (pregúntale a cualquier padre o madre con dos o más hijos J). Al no ser iguales, las mismas reglas no valen para los dos. Habrá niños que necesiten más comida que otros, más sueño que otros, o más abrazos que otros.
Attachment Parenting, crianza natural y crianza con apego
La idea de Crianza Natural viene del inglés «Attachment parenting», término acuñado por el Dr. William Sears, y se trata de un estilo de crianza basado en la cercanía y la atención continua. El propio Doctor Sears resume este estilo de crianza haciendo alusión a las 8 Bs de la crianza natural o con apego. Se trata de ocho principios para afrontar un cuidado cariñoso del bebé que responda a sus necesidades, tanto fisiológicas como emocionales:
Birth bonding: lazos afectivos desde el nacimiento. El primer principio se refiere al momento del nacimiento. Esta crianza aboga por un parto más respetado y consciente, y establece como fundamental facilitar el piel con piel desde el momento de su nacimiento, como refuerzo del vínculo afectivo entre madre/padre y el recién nacido.
Breastfeeding: lactancia materna. La lactancia materna es el mejor alimento para el recién nacido. Es el más completo desde el punto de vista nutricional, pero también proporciona consuelo y un contacto único entre madre e hijo. En consonancia con las recomendaciones de la OMS y de la Asociación Española de Pediatría, debe ser el alimento único y exclusivo que tome el bebé durante sus seis primeros meses de vida, y aconsejable mantenerla, junto con la alimentación complementaria, hasta los dos años del niño.
Babywearing: llevar al bebé encima. Este tipo de crianza promueve coger al bebé en brazos tanto como sea posible, algo que es fácil si recurrimos al porteo (bandoleras, fulares, mochilas ergonómicas…). El bebé que crece en brazos es un bebé con un vínculo más fuerte, sufre menos estrés, y sus necesidades suelen ser atendidas antes que el bebé que pasa más tiempo en la cuna o en el carro.
Beding close to baby: dormir cerca del bebé. La crianza natural o con apego defiende la práctica del colecho, es decir, que el bebé duerma en la misma cama que los padres, o en cunas especialmente diseñadas para ello. Este sistema otorga tranquilidad y seguridad al bebé, facilita la lactancia materna y ayuda a los niños a aprender que el sueño es un momento agradable y que no está solo.
Belief in the language value of your baby’s cry: confianza en el valor de su llanto como lenguaje. El llanto es el lenguaje primario del bebé hasta al menos los dos años (también lo es en niños durante la primera infancia, aunque hablen perfectamente). Entender el llanto del bebé como un lenguaje ayuda a los padres a ver detrás del llanto la expresión de una necesidad no satisfecha (sueño, alimento, frío o calor, cobijo, abrazos…)
Beware of baby trainers: tener cuidado con los adiestramientos. Debemos anteponer las necesidades del bebé a nuestra idea de cuál debe ser su rutina o los horarios. O, dicho de otra forma, las rutinas las debemos instaurar en función de las necesidades del bebé, y ser capaces de cambiarlas en función de las demandas de nuestro hijo. Aquí destacamos la alimentación a demanda (cuando tiene hambre, y no antes o después), dormir a demanda, brazos a demanda, etc.
Balance: mantener un equilibrio. Esto es fundamental, y es algo que se olvida fácilmente. Hay que encontrar un equilibrio entre las necesidades del bebé y las de los padres. Esto no es fácil, y si bien es cierto que cuando un bebé nace, tu vida se trastoca, cambia, dejas de dormir, dejas de comer (por lo menos a las horas a las que estabas acostumbrado) e incluso ducharse es un lujo, es fundamental encontrar el balance suficiente para que esta nueva vida no acabe pasándote factura. No me enrollo, porque en esto entro un poco más adelante.
Both: ambos. Este es, en realidad, un principio añadido a las 8 Bs de la crianza con apego. Quiere decir que tanto el papá como la mamá son fundamentales. No vale ayudar, no vale colaborar, hay que hacer, y deben hacerlo ambos. Salvo el amamantamiento (e incluso en esto, el papá puede hacer mucho para facilitarlo), el resto es una responsabilidad que ambos progenitores deben asumir indistintamente.
Al final, tanto la crianza natural como la crianza con apego, tienen el mismo objetivo: conocer mejor a nuestro hijo, sus necesidades y su ritmo evolutivo, y reforzar el vínculo afectivo con él. Comparto totalmente ambas teorías, es más, son teorías complementarias, en realidad no puede haber lo uno sin lo otro.
Por mi experiencia, así como por la experiencia de muchas mamás que se han visto en situaciones similares, cuando desarrollas una teoría y la llevas a la práctica, surgen problemas. Y casi todos los problemas tienen un mismo origen: el bienestar (o ausencia de bienestar) de la madre.
Los más habituales con los que me he encontrado son:
– la lactancia materna va mal.
Si, en ocasiones falla. Y no por causas físicas, que son las menos. Y aun cuando hemos solucionado los problemas habituales, sigue fallando. Hay madres que sufren al dar el pecho a sus bebés, les duele, lloran, se infecta… pero siguen porque es lo mejor para el bebé. Si bien es cierto, científicamente demostrado, que lo más beneficioso para el bebé es la lactancia materna, también es cierto que el bebé necesita a su madre, pero a su madre bien, feliz, experimentando amor. Si su madre está en un estado de tensión, ansiedad y angustia cada vez que toca amamantar ¿Dónde queda el vínculo afectivo?
Todos estamos de acuerdo en que la lactancia materna es lo mejor para el bebé. No hay discusión al respecto. Pero no es lo único. Es un instrumento (en mi opinión fantástico, barato, de fácil acceso…) pero no todas las mamás piensan igual. Si de manera informada, decides no dar el pecho a tu bebé y prefieres recurrir a la lactancia artificial, la crianza con apego, o crianza respetuosa es igualmente posible. Respetemos las circunstancias de cada familia, sin juzgar.
– el colecho.
Tanto la crianza natural como la crianza con apego defienden el colecho, es decir, que el bebé duerma en la misma cama que sus padres.
Si nos vamos al inicio de los tiempos, el bebé que no dormía con sus padres era inevitablemente devorado por un depredador. Ese instinto de supervivencia perdura en nuestros días, está en nuestro ADN. Por eso, la práctica del colecho otorga al niño seguridad, confianza y estabilidad, además de facilitar la lactancia, lo que a futuro es absolutamente necesario. Sin embargo, como decía antes, cada bebé es único y distinto, y no todos duermen igual.
Está claro que tener un bebé implica no volver a dormir bien en muuuuucho tiempo. Y la mayoría de padres lo asumen. El colecho facilita que las noches sean menos tormentosas, porque ante el llanto del bebé permite una reacción más rápida (incluso con un simple sonido, el papá o la mamá se despiertan y previenen el llanto), facilita la lactancia (incluso puedes llegar a amamantar dormida), previene el síndrome de muerte súbita del lactante, y el ritmo de despertares disminuye considerablemente puesto que el bebé reconoce a sus padres a su lado, y no necesita llorar para reclamar su atención.
Sin embargo, el colecho no es la panacea para todos. A parte de que hay que respetar unas reglas precisas y tasadas para una práctica segura del colecho, hay bebés que no paran de moverse o cruzarse en la cama, impidiendo el descanso de su madre, bebés que necesitan más espacio para encontrar su sitio, incluso casos en que los ronquidos del progenitor impiden el descanso del bebé, y, por tanto, de sus padres.
Hay que tener algo claro. Malas noches vamos a pasar, muchas malas noches. Pero una falta de descanso sistemática, día tras día, de una madre que, además de madre, trabaja fuera de casa, con horarios difíciles, puede desembocar en resentimiento. El agotamiento pasa factura, y nuevamente peligra el vínculo afectivo con el bebé. Una madre también necesita descansar, así que toca echar mano de la imaginación para lograr un equilibrio entre las necesidades de ambos.
Por supuesto, nada de dejar llorar al bebé en su cuna, además de irrespetuoso, es peligroso para el bebé (si quieres conocer las consecuencias del método Estivill, os recomiendo leer este artículo de Laura Perales, de Crianza Autorregulada (pincha aquí).
En nuestro caso, las niñas dormían en cunas de colecho DIY (cunas de Ikea, sin barrera en el lado de la cama, y refuerzo en el somier y patas para evitar accidentes) cada una a un lado de la cama. Pero cuando las niñas crecieron, papá ya no podía dormir. Nuestra solución fue anteponer la necesidad de las niñas de dormir conmigo, a la de papá, el cuál acabó durmiendo una temporada en el estudio. Para nosotros eso no supuso ningún problema. La necesidad de las niñas era temporal, por lo que pasar un tiempo separados durante 5, 6 u 8 horas nocturnas, no nos importaba, si con ello lográbamos un sueño reparador para todos y la necesidad de las niñas estaba siendo satisfecha (eso si, nos han llegado a preguntar si no se resintió nuestra vida marital. Pues ya os digo que no, hay muchas maneras, muchos sitios, y mucha imaginación, ya me entendéis…).
Vaya por delante que soy una firme defensora del colecho. ¡Solo puedo agradecer su existencia! Me ha dado una lactancia maravillosa con mis mellizas, un sueño, aunque obviamente interrumpido por los ritmos naturales de mis hijos, bastante reparador, vínculo, conexión, calidez, cariño… ahora que cada uno duerme en su cama, lo echo de menos una barbaridad (como acabáis de leer, ahora cada uno duerme en su cama, desmontando el mito de “si duerme contigo jamás querrá irse a su cama).
– la escolarización tardía
Desde ciertos grupos de crianza con apego, se enfatiza la necesidad de que los niños tengan una escolarización tardía, afirmando que no debería hacerse hasta pasados los tres primeros años. El motivo es que, durante los tres primeros años del niño, es fundamental que obtenga la seguridad de crecer entorno a su principal figura de apego: su madre. Y se mantiene que lo mejor que se le puede dar al niño es disponer de su madre en exclusiva esos tres primeros años.
Estoy de acuerdo. Hasta los tres años, el niño necesita a sus padres ¿Pero qué pasa con las mujeres que desean progresar profesionalmente? ¿o aquellas mujeres que, por motivos económicos no pueden cogerse una excedencia de tres años y dedicarse en exclusiva a criar a sus hijos?.
He sido testigo de cómo, en determinados grupos de crianza, se ha crucificado a mamás que, si bien crían a sus hijos de forma respetuosa, no comparten este punto de vista, y prefieren buscar el equilibrio entre su vida personal y profesional. Una de las frases que más he leído es “Tú sabrás si para ti lo importante es tu hijo o tu trabajo”.
Además de tendenciosa y malintencionada, esta afirmación, en mi humilde opinión, conlleva una falta de empatía y de respeto impresionante. No podemos juzgar las circunstancias de cada familia, y la crianza no puede convertirse en un proceso continuo de justificaciones de cada uno de nuestros actos. Cada madre, cada padre, debe buscar su propio equilibrio y su propio bienestar, siempre respetando las necesidades de su hijo.
La crianza respetuosa
Los niños son seres completos desde que nacen, con los mismos derechos que los adultos. Los adultos tenemos la capacidad de escuchar, observar e interpretar el lenguaje, las acciones, los gestos y actitudes de los niños y niñas ofreciéndoles un entorno adecuado y una respuesta ajustada a sus necesidades, basada en el respeto y el amor incondicional.
Los niños necesitan que nos demos a ellos, no que sacrifiquemos todo por ellos ¿qué sentido tendría hacerlo? No veo el sacrificio como una virtud positiva de la maternidad. Lo que se percibe como sacrificio, desemboca en resentimiento. Pero lo que hoy se ve como sacrificio, lo podemos tornar en disfrute, en gozo y en diversión. No dormir no mola, está claro, pero saber que es temporal, que mientras yo no duermo, estoy satisfaciendo las necesidades de mi bebé, lo que le proporcionará un apego seguro, que mientras mama a las 4 de la madrugada, me mira con un amor intenso, único… eso hace que las noches de desvelo no sean tan malas, solo una etapa más del camino que puede (y debe) ser disfrutada.
La crianza respetuosa (feliz y consciente) implica aumentar nuestro nivel de consciencia en el día a día, respetando a nuestro hijo, respetando quién es, y lo que necesita según su fase de desarrollo. Implica conocer cuáles son las mejores opciones para nuestro hijo (lactancia, colecho, contacto, porteo…) y buscar un equilibrio que permita cubrir sus necesidades y las necesidades y limitaciones de sus padres, logrando un entorno familiar que aúne el bienestar de todos sus miembros.
El respeto y el amor incondicional se mantiene durante toda la vida de nuestro hijo, desde que está en nuestro útero, hasta que es adulto. Reforzamos nuestro vínculo afectivo desde que nace (piel con piel, brazos a demanda, alimentación a demanda…).
Con la crianza respetuosa (feliz y consciente) la relación se basa en el respeto y en la confianza. Esta confianza se crea día a día, tratando a los niños con el mismo respeto con que ellos querrían ser tratados, enseñando con el ejemplo (los niños nos aprenden, y aprenden no de lo que decimos sino de lo que hacemos). Este ejemplo parte de educar sin gritar, sin amenazar, sin chantajear. Por supuesto, es una crianza libre de todo tipo de violencia, sea verbal, física o emocional.
El adulto guía, acompaña, no impone.
Educar no es una lucha de poder, no es una imposición de nuestras costumbres, no es la adaptación del niño a nuestros deseos, no es una doma, no tiene nada que ver con quien manda. Educar es acompañar a tu hijo en su camino hacia una vida plena, con sentido y responsabilidad.
Creamos un entorno donde el niño sea libre de explorar, con límites respetuosos y adaptados a su desarrollo y necesidades, permitiéndole experimentar. Para ello, es fundamental educar con y desde el corazón.
El respeto y el amor incondicional hacia nuestro hijo es fundamental. Es básico. Pero también lo es el respeto a uno mismo.
Hay una frase que me encanta: “no puedes dar lo que no tienes”.
Si no te respetas a ti mismo, difícilmente podrás respetar 100% a los demás.
Si no te amas incondicionalmente a ti mismo, es difícil que ames incondicionalmente.
Besos, y feliz crianza.