Cuando trabajamos con mamás y papás, en sesiones de coaching familiar, mentorías o alumnos de nuestra formación online, la mayoría coinciden en que una de las cosas que más les cuesta en la crianza de sus hijos es dejar de gritar.

Es algo que nos supera. Nos controlamos con la pareja, con los compañeros, en el trabajo, en el super… pero con nuestros hijos no. Con ellos explotamos, y gritamos a la primera de cambio.

Y a mi también me pasa (o me pasaba). Yo era una madre gritona. Se me escapaba el grito por cualquier cosa. Y si encima estaba cansada, estresada, había dormido mal, o había tenido un mal día… entonces que arda Troya. Y aunque me proponga que no vuelva a suceder, sé que me volverá a pasar, porque soy humana, porque cometo errores, porque tengo días malos en los que pierdo los nervios y si, claro, luego me siento mal, me arrepiento por no haber actuado del modo en el que sé que debería haberlo hecho.

Eso si, ahora no es algo frecuente, pero pasar, pasa y fingir que no, que soy la madre perfecta, me parece una tontería…

Ver esas familias perfectas en redes sociales, todos impecables, sin una mancha, que nunca discuten, que todo es maravilloso… pues mira, no. Algún caso habrá, pero la verdad, no conozco ninguno. Y desde luego, Luis y yo nos equivocamos mil veces, tenemos (todos) rabietas, conflictos que se nos enquistan, e incluso a veces, nos gritamos.

¿Por qué nos pasa esto?

Normalmente influye nuestras vivencias en nuestra infancia. Si de pequeños nos gritaban, no nos dejaban expresarnos, nos callaban el llanto,no se nos tenía en cuenta… solemos reproducir de forma automática los mismos patrones.

El grito es algo natural. Los mamíferos gritan a sus crías para evitar un peligro. Y ese grito es necesario. Si tu hijo se asoma a la ventana o va a cruzar solo una carretera por la que pasan muchos coches, entonces hay que gritar, es el mecanismo que nos ha dado la naturaleza para evitar un mal mayor.

El problema es cuando usamos el grito para educar, para conseguir que nuestros hijos hagan lo que queremos que hagan. Una cosa es que se te escape un grito, y otra es que uses el grito como herramienta educativa.

Y aquí la excusa de que «somos humanos» no vale. Esto no es una justificación para padres autoritarios que creen que la mano dura, los gritos, la manipulación y el miedo son la mejor forma de educar a los hijos.

Es preciso adquirir el compromiso de trabajarse uno mismo para dejar de gritar, o al menos, minimizar los gritos para que sólo ocurran muy de vez en cuando, y cuando ocurran, pediremos perdón, sinceramente, de corazón, y listo.

Gritar a los hijos es un error, implica falta de recursos y falta de autocontrol.

Si no somos nosotros, los adultos, capaces de controlar nuestras emociones ¿cómo podemos exigir a nuestros hijos que lo hagan? Es incoherente e injusto. El grito no enseña nada (al menos nada bueno) y no hay ninguna situación que mejoremos gritando. Ninguna.

Cuando gritas a tus hijos, rompes el vínculo, pierdes conexión, generas baja autoestima, falta de confianza, miedo, y ante todo, un pésimo ejemplo. El de una madre o un padre incapaz de controlarse.

Sé que no quieres dar ese ejemplo a tus hijos, así que voy a darte algunos consejos para empezar a trabajar los gritos:

  • Cuando gritas, normalmente se debe a un comportamiento normal de un niño. Es decir, que lo que ves como un «mal comportamiento» es en realidad un comportamiento normal de un niño, en un momento que no te viene bien. Si ves el comportamiento de tu hijo como algo normal, como una falta de habilidades, malas decisiones, que está en un proceso de aprendizaje, y se ha equivocado, será más fácil contener el grito y mirar a tu hijo como lo que es, un niño que lo que necesita es acompañamiento, amor y guía, y no gritos, castigos o amenazas.

 

  • Cuando gritas, no es «por culpa» de tus hijos, sino que es única y exclusivamente tu responsabilidad. No gritas por culpa de tus hijos, sino por falta de auto-control. Deja de buscar culpables y asume tu responsabilidad. Tú eres el adulto o adulta.

 

  • Cuidado con las expectativas. A veces creemos saber lo que «debe o no debe» hacer un niño a una determinada edad, pero esto es un gran error. Los niños son inquietos, se manchan, van más despacio, quieren ser autónomos pero su tolerancia a la frustración es bajita, su cerebro no está formado, y tienen más rabietas o desbordes emocionales, necesitan explorar, moverse, son incapaces de estar quietos, tienen intereses y necesidades distintas de las nuestras… Cuando entendemos cuáles son las necesidades de los niños, las etapas evolutivas, sus intereses… será mucho más fácil controlarnos porque dejaremos de tomarnos su comportamiento como algo personal. Y no, no te está retando. De verdad que no.

 

  • Cuando grites, pide perdón y perdónate.

 

  • La crianza es una labor altamente exigente, por lo que debemos cuidarnos. El autocuidado es algo de lo que ya hemos hablado mucho, pero no nos cansamos. Cuando nos convertimos en madres o en padres, cuidarnos no es un derecho, es una obligación, porque no podemos educar bien si no estamos bien. Así de claro. Busca 5 minutos al día para ti. Con eso es suficiente.

 

Si quieres aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos, conseguir que tus hijos colaboren sin necesidad de gritar, y transformarte en la madre o el padre que tus hijos necesitan, únete a la Formación Intensiva Online CFC. Pregúntanos sin compromiso.

 

¿Y tú? ¿gritas a tus hijos?

 

 

 

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